Cuando me quedo delante de la pantalla durante diez minutos sin escribir nada es porque no sé por dónde empezar para contar lo que fue ayer domingo, 21 de enero, nuestro partido en La Casa del Ajedrez, que bien podía haber sido la «casa de los horrores», tanto por el resultado, como por la forma que tuvimos de perder.
Y es que ya lo dijo Álvaro: “Hay formas de perder, pero hoy he elegido la peor, dejándome una pieza en la jugada 14”. Yo confieso ser culpable de lo mismo, pero incluso antes, en la jugada 10. Así que, con menos de dos horas de encuentro, ya íbamos perdiendo 2-0 y les habíamos puesto las cosas imposibles a nuestros compañeros.
Pero quizá debería empezar por el principio: jugábamos contra La Casa del Ajedrez “C” y, como en San Fernando, hemos coincidido con nuestros compañeros del “A”, que también jugaban contra el mismo rival, pero en categoría Preferente.
Nada más entrar, a la derecha, hay una sala, cerrada, en la que juega su equipo de Preferente y el resto de sus equipos, uno de segunda y tres de tercera, juegan “al fondo, a la izquierda subiendo unos escalones”.
Efectivamente, allí nos apiñamos cuatro equipos para dirimir nuestros partidos en un reducido espacio, de esas salas en las que cuando te levantas, tu silla choca con la del equipo que está jugando justo detrás tuya.
Mientras Juan hacía el acta, yo tomé asiento en el tercer tablero, con negras y, tras el saludo y apretón de manos, empezamos la partida, una india de dama que, según me dijo después, mi rival no controlaba mucho. Mejor desarrollo por mi parte, comprobando que había enrocado sin problemas y mi alfil dama controlaba toda la diagonal blanca sin ninguna oposición.
Quizá porque estaba muy contento con la posición, me relajé en exceso, de tal forma que en la jugada 10 pasé por alto que, al mover mi alfil, iba a perder una pieza con un simple movimiento de peón. Diez jugadas más tarde, y sin ninguna chance de contrajuego por mi parte, decidí poner fin a mi sufrimiento rindiendo mi rey. 1-0.
Álvaro, por su parte, tuvo casi la misma pesadilla, pero en la jugada 14. Hubo cambio de piezas y por un momento pareció tener alguna oportunidad de tablas, pero fue un simple espejismo. 2-0.
En ese momento, pensé que podía escaparme a ver cómo le iban las cosas al “A”. Al entrar en la sala cerrada en donde se jugaba el partido de Preferente, lo primero que hice fue buscar el frigorífico y la máquina del café que, pensé, debía guardar esa puerta cerrada, pero no, solo era una sala más espaciosa. Las cosas iban muy igualadas aún, así que me volví con mi equipo, al fondo y a la izquierda, en donde vi a Andrés conseguir unas duras tablas al sacrificar su caballo por los dos peones del rival y dejándole solo con un alfil insuficiente para nada más que el reparto de puntos. 2,5-0,5.
Juan, por su parte, ganaba material, pero la posición de su rey indujo a su rival a creer que tenía opciones de ataque; no tenía suficiente, por lo que Juan, una vez neutralizado ese intento, no tuvo ninguna dificultad en hacer valer su ventaja material. 2,5-1,5.
Y solo quedaba la partida de Óscar, con blancas. Necesitábamos una victoria para empatar el partido. Lo intentó todo y hasta el último peón, pero su contrario supo defenderse con exactitud y conseguir darle la vuelta a la partida, logrando finalmente la victoria sobre nuestro compañero. 3,5-1,5.
Este partido era de esos que hay que ganar, sí o sí, cuando luchas por el ascenso y lo hemos perdido de la peor forma: jugadas que demuestran que el nivel de concentración no era el adecuado. Todos sabemos el veneno de las posiciones tranquilas y seguimos cayendo en ellas. Y, sin embargo, nada nos va a impedir levantarnos de esta caída y seguir luchando.