Hace muchísimos años vivió un arrogante príncipe, de nombre Sirham, al que todos envidiaban por su gran poder. Según nos cuenta Leontxo García en «La pasión del ajedrez», tenía tanta riqueza que conseguía cualquier cosa que quisiera. Pero el príncipe tenía un grave problema: su poder era tan grande como su aburrimiento.
Así que un día reunió a sus cortesanos y les pidió que inventasen algo para entretenerle. Lo intentaron con bailes, canciones, pasatiempos…, pero nada logró sacar al príncipe de su gran aburrimiento hasta que uno de sus profesores, llamado Sissa, creó un juego en el que el rey, a pesar de ser la pieza principal, no pudiera hacer nada sin la ayuda de sus súbditos.
El objetivo del maestro era, por supuesto, bajarle los humos a su señor. Y de esta forma, según la leyenda, nació el juego del ajedrez.
El príncipe quedó tan entusiasmado que ofreció a Sissa otorgarle lo que quisiera como recompensa por este maravilloso juego. Y el profesor, con ánimo de darle una nueva lección al arrogante príncipe, le pidió un grano de trigo por la primera casilla; dos por la segunda; cuatro por la tercera; ocho por la cuarta; dieciséis por la quinta… y así, sucesivamente, multiplicando por dos por cada nueva casilla, hasta la número 64 del tablero.
Al príncipe Sirham le dio, en un principio, un ataque de risa. «¡Qué maestro más tonto! Soy rico para satisfacer cualquiera de sus deseos y se limita a pedirme unos granos de trigo», comentó a sus criados. Pero pronto sus risas se tornaron en un susto mayúsculo cuando, tras efectuar el cálculo, vio que la cantidad resultante era, ni más ni menos, que 18.446.744.073.709.551.615 granos de trigo.
Para satisfacer al astuto inventor, el príncipe necesitaba llenar más de 180.000 graneros con una capacidad unitaria para 100.000 sacos con 100.000 granos de trigo. Esa producción implicaría sembrar 75 veces todos los continentes de la Tierra.
La leyenda no habla de la cara de memo que debió de quedársele al príncipe Sirham después de recibir esta inolvidable lección de modestia. Seguramente que su expresión fue parecida a la que pusieron los primeros investigadores de la informática aplicada al ajedrez, cuando descubrieron que el número de posiciones distintas que pueden darse en una partida puede ser mayor que el número de átomos en el universo conocido.